Revista Iberoamericana de Derecho, Cultura y Ambiente

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RIDCA - Edición Nº2 - Criminología

Dora A. Mayoral Villanueva. Directora

20 de diciembre de 2022

La Criminología mediática

Autora. Mailén Alejandra Sassone. Argentina

Mailén Alejandra Sassone[1]


Introducción

El objetivo del presente trabajo es analizar la criminología mediática y sus causas y efectos en la sociedad actual.

A grandes rasgos podemos decir que la criminología mediática manufactura una realidad que le es introyectada a la sociedad a través de los medios masivos de comunicación y que se convierte de este modo en la opinión pública, es decir, en el discurso imperante en la sociedad. No obstante, para poder adentrarnos mejor al análisis de dicha criminología considero que es necesario aclarar en qué consisten la comunicación de masas, así como también los medios de comunicación.

La comunicación es el proceso mediante el cual se transmiten significados de una persona a otra. Dentro de dicho proceso encontramos un tipo de comunicación específico que comprende ciertas condiciones distintivas en torno, especialmente, a la naturaleza de la audiencia, de la comunicación y del comunicador, y es la comunicación de masas.

Este tipo de comunicación se encuentra dirigida a un auditorio grande, heterogéneo, cuyos integrantes ocupan distintas posiciones dentro de la sociedad y que pertenecen a distintos grupos demográficos, a la vez que es anónimo, dado que el comunicador no conoce personalmente a la audiencia.

Respecto a la naturaleza de dicha comunicación, la misma se caracteriza por ser pública, en razón de que el mensaje no está enfocado en alguien en especial, sino que va dirigido a la atención pública, y en forma rápida y simultánea, ya que el mensaje está orientado a grandes audiencias en un tiempo relativamente corto. Y en torno al comunicador podemos concluir que se trata de una comunicación organizada.

Por otro lado, los medios de comunicación son un elemento muy importante en las sociedades actuales, toda vez que se encargan de producir y distribuir conocimientos, crear certezas, manipular hábitos y opiniones, engañar, al tiempo que también proporcionan canales para relacionar a unas personas con otras, ya sea emisores con receptores, miembros de la audiencia entre sí, así como también a cualquier individuo con su sociedad, y con las demás instituciones que la conforman.

Como su mismo nombre lo indica, dichas instituciones operan como intermediarios entre los receptores y el mundo, y entre los receptores y otras instituciones, tales como la iglesia, el Estado, la justicia, la industria, los sindicatos, entre otros, a la vez que proporcionan también un vínculo entre esos mismos organismos. Pero también funcionan como intermediarios en la medida que nuestras relaciones con las personas, objetos, organizaciones y acontecimientos, están conformadas por los conocimientos que adquirimos a través de los medios de comunicación de masas. Relativamente es poco lo que conocemos por experiencia directa, ya sea de nuestra propia sociedad, de los dirigentes políticos, de los grupos sociales a los que no pertenecemos o que no podemos observar, y los conocimientos que tenemos al respecto provienen, en su mayoría, de los medios de comunicación.

En torno a la función de los medios masivos de comunicación como intermediarios Mattelart (2003) manifiesta que la comunicación comprende dos etapas, en la primera se encuentran las personas relativamente bien informadas, toda vez que están directamente expuestas a los medios, y en la segunda, aquellas cuyo contacto con los medios es menor y que dependen de otros para obtener información. En la primera categoría se reclutan los líderes de opinión que transmiten a los segundos la información a través de canales interpersonales. De esta forma se ejemplifica cómo los medios funcionan como canales de vinculación entre los miembros de la audiencia entre sí. 

Estos medios operan, casi en forma exclusiva, en la esfera pública y constituyen una institución abierta en la medida en que todos pueden participar como receptores y, en determinadas circunstancias, también como emisores, y también se trata de una institución de carácter público dado que se ocupa de cuestiones sobre las que existe opinión pública, o bien, puede crearse. Asimismo, el público participa de dichos medios en forma voluntaria, incluso en mayor medida que respecto a otras instituciones relacionadas con la difusión de conocimiento, tales como la religión, la enseñanza o la política. Y este carácter voluntario propicia la asociación del consumo de los medios masivos de comunicación con el ocio y el tiempo libre. A su vez, la institución de los medios de comunicación posee vínculos económicos al encontrarse ligada a las megas corporaciones financieras e instituciones laborales y, siguiendo a Zaffaroni (2019), podemos considerar que los medios de comunicación constituyen el segundo poder, precediéndolos el poder financiero. Ambos poderes dominan los procesos mentales y los patrones mentales de las masas, son lo que Bernays (2008) denomina los gobernantes invisibles: “Son ellos quienes mueven los hilos que controlan el pensamiento público, domeñan las viejas fuerzas sociales y descubren nuevas maneras de embridar y guiar el mundo” (Bernays, 2008, p. 16).

Además, no debemos dejar de lado que los medios siempre están vinculados, de una forma u otra, al poder estatal a través de mecanismos jurídicos e ideas legitimadoras que varían de una sociedad a la otra.

Tal como anticipé anteriormente, la principal actividad de los medios de comunicación es la producción, reproducción y distribución de conocimientos, los cuales nos permiten dar sentido al mundo, forman parte de nuestra percepción del mismo y se suma a nuestros conocimientos previos y a la continuidad de nuestra actual comprensión.

La idea del rol de mediador de los medios de comunicación nos permite indicar que estos desempeñan diversas funciones, tales como las de un transmisor neutral, servir de vínculo interactivo, o servir de medio de control. En tanto los medios de comunicación ofician como transmisores, amplían nuestras posibilidades de visión del mundo que nos rodea, a la vez que cuando actúan como formas de control, podemos determinar que los medios dirigen la atención de la audiencia hacia aspectos seleccionados de la realidad. En este sentido, debemos pensar en los medios de comunicación como filtros de la realidad, toda vez que nos brindan una visión restringida de la sociedad y cuanto más sistemático sea el filtro, más probabilidades hay de que lo que terminemos visualizando a través de ellos sea una versión distorsionada de la realidad.

Criminología mediática

La criminología se convirtió en ciencia a principios del siglo XX, por aquel entonces era considerada una ciencia que estudiaba las causas del delito dando lugar al denominado paradigma etiológico. Sin embargo, en la actualidad es imposible concebir a la criminología como la ciencia que se ocupa de las causas del delito, dado que prácticamente todo es delito y, por ende, sería imposible pensar en una ciencia que se encargue de estudiar las causas de todas las conductas tipificadas por las leyes penales, ya que se trataría del saber de todas las ciencias, lo cual no permitiría delinear los límites del mismo, lo cual sería absurdo. No obstante, hoy en día se continúa discutiendo si la criminología debe atender el crimen o el poder punitivo. No caben dudas de que el poder punitivo debe formar parte del objeto de estudio de la criminología, ya que es quien se encarga de determinar qué se criminaliza.

La criminología y la política se encuentran ligadas, por eso siempre detrás de una criminología se subyace una ideología política, porque saber y poder van de la mano. La criminalización de una determinada acción o de una persona no es más que un acto de poder, es la política la que determina que es considerado delito y que no lo es, tipificando determinadas conductas y, consecuentemente, permitiendo que el poder punitivo sea ejercido respecto de todas ellas. La criminología siempre legítima determinado ejercicio del poder punitivo y en el presente la criminología mediática no hace más que legitimar el ejercicio del poder punitivo del capitalismo financiero.

La criminología mediática es un fenómeno mundial que existió siempre y siempre se construyó en torno a una causalidad mágica, como menciona Zaffaroni (2011), y fue variando y adquiriendo características propias de cada época en razón de las necesidades y de la tecnología comunicacional imperante. En la edad media el modo de difusión de dicha criminología era a partir de la iglesia y la plaza pública, durante el positivismo pasaron a ser los diarios y folletines y en la actualidad los medios masivos de comunicación, en especial, la televisión y las redes sociales. Fue a finales del siglo XIX que la prensa, en ese entonces gráfica, y su construcción de la realidad alcanzó mayor poder y fue el sociólogo Gabriel Tarde quien en 1900 ya advertía que el arte de gobernar se había convertido en gran medida en la habilidad de servirse de los diarios, percatándose de la fuerza extorsiva de los medios masivos, de la gran dificultad para neutralizar los efectos de una difamación periodística y de la explotación de la credulidad pública. (Zaffaroni & Bailone, 2014)

Barak (1988) anticipó la llamada criminología mediática a través de lo que denominó “Newsmaking criminology” y definió como la criminología capaz de aprovechar las oportunidades en la producción de noticias criminales a través de un proceso en el cual los criminólogos utilizan la comunicación masiva con el propósito de interpretar, justificar y alterar las imágenes del delito y la justicia, el delito y su sanción, y los delincuentes y sus víctimas.

En el mismo sentido podemos sostener que la criminología mediática es una criminología paralela “…cuyo predominio en la realidad social es mucho más notorio que cualquier teoría o tratado científico sobre la materia.” (Zaffaroni & Bailone, 2014, p. 132)

Dicha criminología se originó en Estados Unidos y podemos definirla como “… la creación de la realidad a través de información, subinformación y desinformación mediática en convergencia con prejuicios y creencias, que se basa en una etiología criminal simplista asentada en la causalidad mágica.” (Zaffaroni & Bailone, 2014, p. 127)

Zaffaroni con causalidad mágica se refiere a la idea de causalidad que se utiliza para canalizar la venganza contra determinados grupos humanos, lo cual convierte a estos grupos en verdaderos chivos expiatorios de la sociedad. La causalidad mágica es utilizada para brindar una respuesta urgente, dado que la falta de una respuesta inmediata es sinónimo de inseguridad, lo cual deriva en que ante la falta de una respuesta inmediata, la respuesta sea la venganza respecto de los chivos expiatorios, que son los responsables de todos los males que padecemos como sociedad y cuando los medios se valen de una victimario proveniente del grupo estigmatizado, la urgencia de respuesta toma aún mayor dimensión como forma de calmar el dolor y hasta se llega a la manipulación de ella para fomentar el discurso vindicativo.

La creación de la realidad mediática juega una función muy importante dentro del control social represivo que efectúa el totalitarismo financiero respecto de los aparatos de los Estados con el objeto de llevar a cabo el proceso tardo-colonizador. Pero para poder analizar con mayor profundidad esta idea debemos hacer algunas salvedades.

Por una parte, Zaffaroni (2019) denomina “tardocolonialismo” a una fase superior, o avanzada, del colonialismo que se ejerce actualmente respecto de los países del hemisferio sur. Por otro lado, el carácter de totalitario que se asigna al capitalismo financiero se debe a los componentes de dominación y hegemonía que el mismo presenta, a la vez que constituye una macro delincuencia que además de tener impunidad es funcional a la llamada delincuencia de cuello blanco.

“El totalitarismo financiero reproduce hacia abajo -mediante sus aparatos de propaganda exigentes de “mano dura” y “tolerancia cero”-  nuevos enemigos para que Lucho se distancie de su tejido social próximo (exclusión entre excluidos). Crea, etiqueta, y rótula, no sólo a la histórica clase trabajadora o al lumpenproletariat, sino también a los idóneos demandantes de estructuras de oportunidades como inmigrantes indocumentados, adolescentes sin instrucción educativa suficiente, mujeres pobres y abandonadas, etc. Así, además de promover la exclusión, su función es mantenerla mediante la mutidiscriminación.

Hacia arriba, el control mediático de la realidad castiga a quienes, mínima o ruidosamente, intentaron subvertir o retrasar el proceso tardo-colonizador. La definición sobre el populismo, contenida en más de mil formas dentro de los estudios políticos, es presentada unívocamente como caótica, precaria y corrupta. Los gobiernos populares encarnan el caos, mientras que los procónsules del tardocolonialimo el orden. El ethos de los aparatos de propaganda del totalitarismo financiero es la presentación de una política inmaculada, es decir, de una antipolítica que critica -niega en realidad- la crítica al capitalismo financiero. Sus modernas tácticas son las fake news y el invisibilizado lawfare. El objetivo se traduce entonces en la aversión de Lucho al cuestionamiento del orden económico, de su domesticación ciudadana e inmediata adhesión al mercado bajo maniqueos emblemas político-culturales como “necesitamos inversión”, “el capitalismo produce empleo” o “yo no soy político”. Con ello, el totalitarismo financiero introdujo en Lucho la semilla de la indiferencia…” (Zaffaroni, 2019, p. 14)

De este modo Zaffaroni describe el trabajo que efectúa el control mediático de la realidad, dentro del cual se halla la denominada criminología mediática, respecto de todos los sectores de la sociedad, promoviendo la exclusión, por un lado, y castigando a los que se interponen en su proceso tardo-colonizador por el otro. Se evidencia así que el fin último de dicho control no es otro que allanarle el camino al “totalitarismo financiero”, ejercido por las grandes corporaciones de las potencias mundiales, para que pueda dominar y ejercer poder sobre los países subdesarrollados, generar una acumulación ilimitada de riqueza y de esa forma cumplir con el proceso tardo-colonizador.  En el mismo sentido Barak (1988) manifiesta que la criminología mediática se esfuerza por incidir en las actitudes, pensamientos y discursos públicos sobre la justicia y la delincuencia, con el objeto de serle funcional a una política pública de control de esta última.

Pero el control no solo es mediático, sino que también es punitivo y la pregunta sería ¿Cómo opera el poder punitivo en la actualidad? Pues bien, primero debemos dejar en claro que en todas las épocas el poder punitivo seleccionó respecto de quienes iba a ejercer la criminalización secundaria, dado que sería imposible punir a toda la sociedad en virtud de la disparidad entre las leyes penales que existen y la capacidad operativa de las agencias de criminalización secundaria. Aclarado esto pasaremos a analizar como el capitalismo financiero selecciona actualmente a los criminalizados. Teniendo en cuenta que el objetivo de este no es otro que la concentración de riqueza, dentro de la sociedad ideada por él hay más excluidos que incluidos, con lo cual, el poder punitivo va a ser ejercido sobre los excluidos y también sobre sus opositores y disidentes, y dentro de este programa una pieza fundamental es la criminología mediática que le propone a la sociedad en general:

“…una distopía de orden, consistente en una sociedad con seguridad total, libre de toda amenaza, extrema prevención, tolerancia cero, vigilancia y control tecnológico, temor al extranjero y a todo extraño, estigmatización de la crítica, neutralización de cualquier disidencia, reforzamiento del control comunicacional, discriminación étnica y cultural e institucionalización masiva, pureza virginal en la administración, es decir, un completo programa totalitario”. (Zaffaroni, p. 122, 2019)

En el discurso mediático se observa una íntima relación entre pobreza y delincuencia. Quienes encarnan la violencia, el delito y la inseguridad son los pobres y dentro de ellos en especial los jóvenes. En consonancia con ello, la pobreza es concebida como una fábrica de delincuentes: “…sujetos que con ¨otra cultura¨, ¨otros valores¨, sin educación, sin trabajo, ¨sin perspectivas futuras¨, encarnación de la otredad, entonces, jóvenes-pobres que, en el proceso de conformarse en adultos, producen y reproducen la inseguridad.” (Galvani et al., 2010, p. 89)

Los medios de comunicación crean una realidad paralela en la cual conviven un mundo de personas decentes frente a una masa de delincuentes identificados a través de estereotipos, produciendo de este modo la idea de un mundo dividido en un “nosotros” buenos y un “ellos” malditos, donde en este último grupo se encuentran los criminales, los delincuentes, los responsables de todos los males que acechan, la escoria de la sociedad, los “otros”, los verdaderos chivos expiatorios de la sociedad. Este enemigo está compuesto, ni más ni menos, por los prejuicios discriminadores populares, los estereotipados son los discriminados, los adolescentes de barrios populares, los pueblos originarios, los inmigrantes latinoamericanos y las personas con consumo problemático de estupefacientes.

Si nos retrotraemos a tiempos inmemorables, podríamos aseverar que el poder punitivo siempre se valió de grupos de personas para adjudicarles todos los males existentes, ya sean las brujas, prostitutas, inmigrantes, locos, obreros, vagabundos, subversivos, anarquistas. Quienes conforman el grupo de los estigmatizados varían en virtud del momento y el lugar.

“Los ellos de la criminología mediática molestan, impiden dormir con puertas y ventanas abiertas, perturban las vacaciones, amenazan a los niños, ensucian en todos lados y por eso deben ser separados de la sociedad, para dejarnos vivir tranquilos, sin miedos, para resolver todos nuestros problemas. Para eso es necesario que la policía nos proteja de sus acechanzas perversas sin ningún obstáculo ni límite, porque nosotros somos limpios, puros, inmaculados.” (Zaffaroni, p. 369, 2011)

De este modo, se logra observar que la criminología mediática le es funcional al poder punitivo del Estado, dado que el poder punitivo actúa selectivamente en función de los reclamos públicos que no son sino los reclamos que difunden y alimentan los medios, que tienen a su vez como blanco a los excluidos estructurales, así como a los opositores y molestos. Todos aquellos que se aparten del orden, de la normalidad controlada, son los causantes del delito. Queda al descubierto que a la criminología mediática no le interesan los criminales violentos sino más bien brindar un discurso funcional a los intereses financieros que se manifiestan a través de las empresas de medios, creando un enemigo para la sociedad y configurando la inseguridad como un problema que aqueja a la sociedad en su conjunto, con el fin de desbaratar o impedir el estado de bienestar, y de esta forma beneficiarse con el caos que ello ocasiona y dar paso a una sociedad excluyente y a un Estado que se limite a controlar a la parte de la población excluida para que ésta no genere molestias. Lo que verdaderamente le interesa a la criminología mediática es crear una realidad caótica, antimoral y criminal que sirva para destruir el estado de bienestar.

En este sentido, es importante destacar que:

“El poder mediático está concentrado en mega grupos económicos globalizados, que detentan la propiedad de los medios de producción de noticias, la infraestructura tecnológica necesaria para la difusión mundial y el poder político y económico suficiente para influir en gobiernos y corporaciones.” (Zaffaroni & Bailone, 2014, p. 129)

En virtud de ello es que se puede sostener que la comunicación no está ni cerca de ser una actividad objetiva o neutral.

A su vez, el poder punitivo también se vale de la criminología mediática para ejercer su función selectiva de “ellos”, pero este “ellos” no está compuesto de criminales, sino de estereotipados que no cometieron ningún delito. Entonces surge la pregunta, ¿De qué modo los medios masivos de comunicación convierten a “ellos” en criminales violentos?, y la respuesta es, dando a conocer al público a los pocos estereotipados que, si delinquen, lo cual siembra en la audiencia la idea de que los que presentan el mismo estereotipo actuarán de igual forma que los criminales. La vestimenta, el estilo de vida, los tatuajes, la música, el modo de hablar, los modos de recreación y cualquier objeto relacionado con los estereotipados adquieren una connotación negativa.

“Las conductas sobre las cuales hay que intervenir son reenviadas a sujetos particulares que, como hacíamos referencia en los apartados anteriores, son presentados como inmersos en condiciones sociales desfavorables. Vale decir, generaciones de pibes `donde los valores se ha transformado en la cultura villera´, `el hacinamiento´, `la promiscuidad´, `la falta de higiene, agua potable´, `consumo de paco´…De esta manera vuelve a ponerse en evidencia la marcada estructura disyuntiva que articula estos discursos: la oposición entre el colectivo de identificación (`la sociedad´ o `los pibes de Capital y San Isidro´) y la otredad radical (`los menores en riesgo´ o `los pibes de la Matanza´), una subcultura con otros `valores´, sin `nuestras categorías del ben y del mal´, otros `ideales´ que `nada tiene que ver con los nuestros´. Otra vez la exclusión del elemento extraño que introduce el desorden se asume como la condición de posibilidad de la armonía, el orden y la seguridad de la totalidad social

Sin embargo, los fragmentos expuestos muestran que el imperativo del hacer en relación al desorden no sólo se encarna en ciertas conductas de sujetos particulares, sino que también se inscribe en una economía topológica. Ciertos espacios o zonas emergen como productores de la (in)seguridad, espacios que se constituyen como colonizados por los jóvenes-pobres: la `villa, `La Matanza´, `la zona Zabaleta´, `Pompeya´, o bien, ´la calle` o las `terminales ferroviarias´…”. (Galvani et al., 2010, p. 114-115)

En virtud de la realidad mediática la sociedad le asigna roles al estereotipado, precisamente roles desviados, lo cual se encuentra íntimamente ligado con lo que Berger y Luckmann (1968) llaman esquemas tipificadores los cuales sirven para que los individuos puedan interactuar socialmente, dado que en razón de ellos aprehendemos al otro, conocemos cómo actuar ante su presencia y como interpretar sus actos en base al estatus atribuido. De este modo, dichas tipificaciones y las pautas de interacción establecidas a través de ellas, conforman la estructura social.

Asimismo, es importante destacar que lo que es considerado desviado es producto de la sociedad, es decir, son los grupos sociales quienes crean la desviación al elaborar normas cuya infracción deviene en una desviación y aplican dichas normas a determinado grupo de personas a las que rotulan como desviadas, profundizando los estereotipos. La desviación no es un proceso de conversión, es decir, la persona no se convierte en desviado, sino que la desviación se determina en base a la posesión de un conjunto de determinados rasgos y características y se vuelve significativa cuando se convierte subjetivamente en el fundamento de la asignación de determinado status dentro de la sociedad.

Toda sociedad posee un conjunto de ideas e imágenes, bien procesadas o codificadas, respecto a cuáles son las cusas de la desviación (pobreza, adicciones, inmigración, etc.) y quién es el típico sujeto desviado, respectivamente, y ambas van a influir en como la sociedad reacciona e interactúa con los individuos desviados en virtud de la indignación, temor y enojo que las mismas le suscitan. En la actualidad tanto las ideas como imágenes en torno a las deviaciones y los desviados, suelen ser proporcionada por los medios, quienes constituyen la principal fuente de información sobre los lineamientos normativos de la sociedad.

“El estudioso de la iniciativa moral no puede evitar prestar especial atención al papel que le caben a los medios en la definición y constitución de los problemas sociales. Hace ya tiempo que los medios operan a título propio como agentes de la indignación moral: aunque no estén embarcados de manera consciente en una cruzada o campaña de desprestigio, la manera en que informan ciertos “hechos” basta para generar preocupación, inquietud, indignación o pánico. La coincidencia de esos sentimientos con la percepción de que hay valores que necesitan ser protegidos produce las precondiciones para la creación de nuevas normas o para la definición de problemas sociales…los medios pueden dejar una sensación difusa de inquietud acerca de alguna situación: “se debería hacer algo al respecto”, “¿dónde irá a parar? o “este tipo de cosas no puede durar para siempre”. Esas sensaciones imprecisas son fundamentales a la hora de preparar el terreno para iniciativas ulteriores.” (Cohen, 2015, p. 60-61)

La sociedad segrega a las personas desviadas con el objeto de alienarlas de la sociedad, lo cual genera que estos individuos se agrupen con otros con sus mismas condiciones y se produce así una mayor desviación que da lugar a mayores sanciones punitivas.

El poder punitivo no solo consiste en la punición selectiva de la delincuencia, sino que también abarca la punición sin delincuencia, ejemplo de ello es el ejercicio del poder punitivo respecto de los que son portadores de los estereotipos difundidos por la prensa.

Anitua (2011) considera que, a diferencia de lo que postulan quienes se amparan en la criminología crítica, la construcción de un estereotipo de delincuente, no es producto de los medios masivos de comunicación, sino que es propio del poder político del cual se encuentra la justicia penal. Lo que hacen los medios es hacer públicos los prejuicios con los que actúa la justicia:

“Para la elección del modelo de delincuente que pueble las cárceles en cada momento histórico solo fue necesaria la decisión política correspondiente. El asumir la anterioridad a la explosión comunicativa de ciertas prácticas del aparato de justicia penal es un buen punto de partida para no descargar sobre los medios muchas culpas que le son ajenas” (Abregu, 1991, citado en Anitua, 2011)

La criminología mediática también le es funcional al poder en cuanto fomenta el control y la reducción de la libertad social en pos de proteger al “nosotros” del “ellos”, y esta es justamente su razón de ser. La criminología mediática manufactura una realidad paralela en la que el peligro latente del “ellos” justifica todo tipo de control por parte del poder estatal, el discurso que crean los medios es la causa perfecta para justificar más controles y menos libertades sin que el pueblo se inmute, sin ir más lejos muchas veces es el mismo pueblo que, comprando hasta el hartazgo el discurso de los medios, proclama mayor control de parte del Estado, creyendo ilusamente que ese control viene, por causalidad mágica, sujeto a mayor seguridad.

Por si no fuera suficiente, los medios también se encargan de fomentar la reproducción e incitación de los delitos que difunden y publicitan, dando a conocer métodos criminales y difundiendo el mensaje de que impera la impunidad, como un guiño a los criminalizados para que continúen o comiencen a delinquir. 

El control mediático de la realidad, como todo control social posee tres elementos: la difusión gradual desde el lugar en que la conducta considerada “desviada” tuvo lugar, llegando a las victimas inmediatas, la escalada mediante la exageración que permite legitimar el accionar de los agentes de control (tales como policía y tribunales) y la innovación, a través de métodos de control novedosos, fundada en la idea de la carencia, tanto del contenido, como del modo de implementación de las medidas de control vigentes.

La construcción de la realidad mediática no necesariamente se realiza a través de mentiras u omitiendo información, sino también recurriendo al bombardeo de imágenes, la reiteración y el dramatismo. En este sentido, los medios seleccionan cautelosamente los delitos llevados a cabo por estereotipados y dignos de ser informados, haciendo hincapié en los más perversos, patológicos, aberrantes y violentos, trasmiten imágenes para que el impacto sea aún mayor en la audiencia, creando un verdadero espectáculo mediático y dejando de lado los delitos cometidos por quienes no encuadran dentro del estereotipo difundido, lo cual crea un imaginario de que quienes delinquen en su mayoría son los estigmatizados. De este modo, el mensaje es que quien se parece a los que cometen crímenes atroces, mañana también puede terminar delinquiendo, es decir, se los concibe como potenciales delincuentes y por eso es necesario apartarlos de la sociedad, apartarlos de “nosotros”. En este punto se puede hacer un paralelismo con los peligrosos en la criminología positivista, en ella imperaba la idea de que, pese a que aún no habían cometido crimen alguno, había que condenarlos por los crímenes o delitos que pudieran cometer en el futuro, e impedir de este modo la comisión de nuevos delitos:

“Siendo la peligrosidad una característica del agente, no era necesario esperar que ésta se tradujese en un delito cuando se la podía detectar por otros signos que no fuesen el crimen mismo. De allí que rápidamente el positivismo postulase una peligrosidad sin delito o predelictual, habilitando medidas -en realidad penas- para los peligrosos que aún no habían caído en el crimen.” (Zaffaroni, p. 101, 2011)

Con los estereotipados sucede algo similar, los debemos apartar de la sociedad porque si bien aún no cometieron un delito, puede ser que terminen delinquiendo, ya que son parecidos a los delincuentes que nos muestran diariamente en los medios de comunicación.

En términos de Berger y Luckmann, los medios de comunicación son una institución, toda vez que las instituciones son las tipificaciones recíprocas de las acciones habitualizadas, es decir, las pificaciones recíprocas de los quehaceres propios y de los otros. De esta forma la prensa tipifica que determinados delitos (acción habitualizada) son realizados por determinas personas (estereotipados), creando de este modo una realidad paralela.

“Las tipificaciones de las acciones habitualizadas que constituyen las instituciones, siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales como a las acciones individuales. La institución establece que las acciones del tipo X sean realizadas por actores del tipo X…Las tipificaciones recíprocas de acciones se construyen en el curso de una historia compartida: no pueden crearse en un instante. Las instituciones siempre tienen una historia, de la cual son productos…Las instituciones, por el hecho mismo de existir, también controlan el comportamiento humano estableciendo pautas definidas de antemano que lo canalizan en una dirección determinada.” (Berger & Luckmann, 1968, p. 74)

No solo las acciones específicas se tipifican, sino también las formas de acción, lo cual permite reconocer no solo al sujeto en particular que realiza una acción de determinado tipo, sino también a dicha acción como ejecutable por cualquiera al que pueda imputársele, admisiblemente, la tipificación.

Al mismo tiempo, las instituciones se encarnan en la experiencia individual a través de los roles. Al desempeñar roles los individuos participan del mundo social y al internalizar dichos roles ese mismo mundo cobra realidad para ellos.

“En el cúmulo común de conocimiento existen normas para el desempeño de ¨roles¨, normas que son accesibles a todos los miembros de una sociedad, por lo menos a aquellos que potencialmente desempeñan los roles en cuestión. Esta accesibilidad general forma parte del mismo acopio de conocimiento; no solo se conocen en general las normas del ¨rol¨ X, sino que se sabe que esas normas se conocen. Consecuentemente, todo actor supuesto del ¨rol¨ puede considerarse responsable de mantener dichas normas, que pueden enseñarse como parte de la tradición institucional y usarse para verificar las credenciales de todo aquel que las cumpla y, por la misma razón, servir de controles.

El origen de los ¨roles¨ reside en el mismo proceso fundamental de habituaciones y objetivaciones que el origen de las instituciones. Los ¨roles¨ aparecen tan pronto como se inicia el proceso de formación de un acopio común de conocimiento que contenga tipificaciones recíprocas de comportamiento, proceso que, como ya hemos visto, es endémico a la interacción social y previo a la institucionalización propiamente dicha… Todo comportamiento institucionalizado involucra ¨roles¨, y éstos comparten así el carácter controlador de la institucionalización. Tan pronto como los actores se tipifican como desempeñando ¨roles, su comportamiento se vuelve ipso facto susceptible de coacción.” (Berger & Luckmann, 1968, p. 96)

A su vez, cuando las instituciones adquieren historicidad se objetivan, lo cual permite a los individuos experimentar a la institución como si ésta tuviera una realidad propia, que se presenta al individuo como un hecho externo y coercitivo que se ancla en la conciencia del pueblo, tal como sucede con la realidad mediática.

 

Otro mensaje que difunde a diario la criminología mediática es que los estigmatizados no merecen tener garantías penales y procesales, no merecen tener derechos, a razón de que constituyen en sí mismos la génesis del mal. Son un gasto inútil para la sociedad, que los “buenos” deben mantener a través de los impuestos que pagan con el fruto de su trabajo, discurso que implícitamente reclama la aniquilación de los delincuentes de esta criminología, pero para llegar a ello, primero los medios presentan al “desviado” como un objeto, al mismo tiempo que promocionan el odio y la indiferencia moral de la audiencia ante el sufrimiento de los otros, para luego llevar a cabo su eliminación.

“…las soluciones se delimitan en torno a la intervención, la neutralización, o directamente la eliminación de esos “otros” que han sido construidos como causa eficiente de la ¨inseguridad¨. En otros términos, si la ilusión de completitud hace emerger la pretensión de totalidad, la lucha contra el elemento que niega esa pretensión, los ¨otros¨, el síntoma, permite creer que en su eliminación radica la solución al ¨problema de la inseguridad¨. Eliminando el síntoma se alcanzará la totalización…” (Galvani et al., 2010, p. 87)

Asimismo, este mensaje es consonante con la naturalidad con la que los medios tratan las muertes de los estereotipados, lo cual va de la mano con la idea de que ganaron los “buenos” ya que existe uno menos, uno menos de los malditos, uno menos de los que generan los males que padecemos, uno menos de “ellos”, como si se viviera en una guerra entre dos bandos opuestos, una verdadera guerra contra el crimen.

La idea que se reproduce desde los medios es que la única solución contra los causantes de los males es la violencia, sin dejar lugar a la conciliación o reparación, lo cual genera que todo aquel que deje entrever una idea de conciliación, mediación o reparación sea considerado un cómplice del crimen, un cómplice del enemigo. Ante esta situación adquiere también protagonismo el papel de los medios respecto al fin de la pena, que consiste en la resocialización del condenado, pues bien, la difusión que hace la prensa tanto del nombre como de la imagen del criminalizado, torna difícil su resocialización y posterior reingreso a la sociedad, dado que no solo debe lidiar con la condena penal sino también con la llamada condena social, alimentada por los propios medios de comunicación.

Por otro lado, es menester destacar que no basta con crear un chivo expiatorio para que este sea eliminado o criminalizado, sino que es necesario que el mismo infunda temor en la sociedad, y para eso es necesario mostrarlo como el mayor, y casi único, causante de todos los males. Siguiendo con este orden de ideas, Zaffaroni (2011) menciona que se alimenta la creencia ficticia de que el único riesgo de victimización es por robo violento o por el homicidio cometido por adolescentes de barrios precarios o de los bajos fondos urbanos, así como también por determinados delitos sexuales llevados a cabo por pedófilos y violadores seriales, pero se dejan de lado las estafas, defraudaciones, cohecho, malversaciones, y demás delitos que generalmente tienen un impacto económico mucho mayor.

Los medios crean de esta manera lo que Cohen (2015) denomina pánicos morales y demonios populares, siendo estos últimos ni más ni menos que los estereotipados:

“…la atribución de la etiqueta de pánico moral significa que se ha exagerado la dimensión e importancia de lo así designado (a) en sí mismo (comparado con otras fuentes más confiables, válidas u objetivas) y (b) comparado con otros problemas de mayor gravedad.” (Cohen, 2015, p. 10)

Los elementos que componen la definición de pánico moral son: la preocupación que genera la amenaza potencial o imaginada que infunde el fenómeno al cual se le asigna el pánico moral, la indignación moral hacia quienes encarnan el problema que en el presente caso serían los estereotipados, el acuerdo generalizado y fomentado por los medios de comunicación de que la amenaza es real, grave y debe ser atendida, la exageración del número y consecuencias del fenómeno en relación a su daño objetivo, la volatilidad que permite que el pánico se desencadene y disipe repentinamente y sin aviso.

 

Otra cuestión que es necesario resaltar es la moda de determinadas modalidades delictiva. Los medios suelen publicitar diversos delitos según las épocas, tales como los saqueos durante la crisis económica del 2001, los secuestros extorsivos hace algunos años o los famosos “motochorros” en la actualidad. Esta publicidad genera en el público la errónea idea de que aumentó la comisión de tal o cual delito, cuando lo cierto es que lo único que cambió es el foco de los medios hacia determinados tipos delictivos:

“A veces el objeto del pánico es bastante novedoso, y otras, existe desde hace tiempo, pero de repente aparece en el candelero. A veces el pánico pasa y cae en el olvido, salvo en la memoria popular y colectiva; otras, tiene repercusiones más graves y perdurables y puede llegar a producir cambios en las políticas legales y sociales o incluso en la forma en que la sociedad se concibe a sí misma.” (Cohen, 2015, p. 51)

Este fenómeno se vincula con lo que Cohen denomina sensibilización, la noticia de determinados tipos delictivos penetra en la conciencia de la persona y eso trae como consecuencia que el individuo comience a prestar atención a otras noticias de igual naturaleza que quizás en otro momento hubiera pasado por alto, reinterpretándose así estímulos neutros o ambiguos como si fueran potencial o efectivamente desviados.

“La sensibilización es una de las formas del más elemental de los sistemas de creencias generalizados, la histeria, que ¨transforma un (sic) situación ambigua en una amenaza global de enorme fuerza¨…La sensibilización sobre la desviación descansa en un sistema de creencias más complicado porque no sólo implica redefinir la culpa, sino también atribuirla a alguien y orientar las medidas de control hacia el agente específico al que se cree responsable. Esto equivale a lo que Smelser denomina ¨creencia hostil¨” (Cohen, 2015, p. 134)

Cohen considera que la desviación, creada socialmente, lleva a la creación de una imagen de los desviados y de sus conductas, consecuentemente desviadas, y que luego se produce la sensibilización que genera una valoración desproporcionada de la desviación que, a su vez, lleva a una escalada y legitimación del control social por parte de los grupos de poder, precisamente el capitalismo financiero. A su vez, el simple hecho de informar sobre un determinado hecho produce, en ciertas situaciones, el desencadenamiento de otros sucesos similares, tal como sucede con la moda, los conceptos estéticos, y otras conductas colectivas. En razón de ello, se puede considerar, por un lado, que los medios de comunicación difunden determinadas conductas fomentando su amplificación y propiciando ideas y, por otro, la sociedad esta expectante de cómo deben comportarte los estereotipados y de este modo se legitima y da lugar al control social, cuya razón de ser es aplacar las conductas desviadas de la sociedad a la vez que termina cumpliéndose la realidad mediática y confirmándose los estereotipos difundidos por esta, es decir, se cumple la profecía.

En el mismo sentido, Zaffaroni establece:

“…la invención mediática de la casta de parias la dan por cierta los otros y demandan roles desviados a los estereotipados, los más frágiles de ellos los asumen y se comportan conforme a esas demandas. Una vez más la mentira creída produce efectos reales, que no hacen feliz a nadie, pues de uno y otro lado genera errores de conducta.” (Zaffaroni, 2019, p. 138)

Tal como mencioné anteriormente, los medios también hacen uso de las víctimas, las cuales al igual que los victimarios, son seleccionadas especialmente. Las víctimas que les interesan a los medios son aquellas que cayeron en manos de un estereotipado, para que el público se identifique con ellas y logre confirmar que lo que muestran los medios es la real. Mientras que las víctimas del propio poder punitivo o de aquellos crímenes que no infunden temor, son dejadas de lado, no se las muestra porque no condicen con el mensaje que se quiere introducir en la sociedad. Asimismo, se requiere que se trate de víctimas que tengan sed de venganza, o bien que se las pueda manipular para que funcionen como reproductoras del mensaje vindicativo que proclama la criminología mediática. En consonancia con el tema, algunos criminólogos consideran que la prensa puede agravar la denominada victimización secundaria, es decir luego de la agresión del victimario padecen la agresión de los medios de comunicación, sobre todo mediante la publicidad de los procesos judiciales. Sin embargo, Anitua (2011) señala que, en verdad, el daño que inflijan los medios consistiría en una tercera victimización, la cual a su vez quedaría neutralizada si se evitará previamente la victimización secundaria, que es producto de las instancias estatales de persecución, y que se podría solucionar a través de reformas en el accionar de la justicia, tales como que los juicios sean llevados a puertas cerradas y los datos de la víctima estén restringidos, las sentencias omitan el nombre de las víctimas, siempre atendiendo al tipo de infracción y a la situación concreta de la víctima.

La criminología mediática está profundamente internalizada en la sociedad gracias al trabajo que realizan cotidianamente los medios de comunicación, lo cual dificulta mucho tomar distancia del mensaje que nos envían y racionalmente caer en la cuenta que se trata ni más ni menos que de una ficción, el noticiero o cualquier otro programa de noticias se convierte en un espectáculo televisivo, similar a una novela, sitcom o reality show.

“La simbolización y la presentación de los “hechos” de la forma más simplificada y melodramática posible dejan poco margen para la interpretación, la presentación de perspectivas alternativas sobre el mismo acontecimiento o la difusión de información que permitiría que el público pudiera ver el hecho en contexto”. (Cohen, 2015, p. 130)

Dentro del espectáculo se exagera la información, se la multiplica por diversos medios, se crean titulares engañosos que no coinciden con lo que se informa, y también se suele mencionar dos veces el mismo episodio, lo cual genera la sensación de que se trata de dos hechos diferentes.

La realidad fabricada por los medios masivos de comunicación es impuesta a la sociedad y pasa a formar de la vida cotidiana de la población, que es la realidad por excelencia y en la cual la conciencia se encuentra en su apogeo, lo cual dificulta mucho que la persona no actúe condicionada por ella y se logre abstraer.

Al respecto Galvani manifiesta que los medios de comunicación:

“…son productores de discursos y esos discursos son modos de construcción de una realidad De hecho, la (in)seguridad en tanto realidad se discute, define y produce en, por y a través de los medios de comunicación. En este punto, resulta indudable que los discursos que se producen en, por y a través de los medios de comunicación ocupan una posición privilegiada en la producción de sentido en función de los efectos que produce. Efectos de verdad y realidad que bajo la forma de los imperativos hacen emerger a la (in)seguridad como el problema más importante y más urgente.” (Galvani et al. 2010, p. 118)

La realidad mediática pasa a formar parte de lo que Smelser denomina sistemas de creencias generalizadas, las mismas son: “…creencias o engaños cognitivos transmitidos por los medios de comunicación masiva y asimilados en términos de predisposiciones del público.” Este es el argumento de Smelser (1962, citado en Cohen, 2015).

Y teniendo en cuenta que:

“Cuando la gente habla con otras personas de la comunidad sobre las experiencias que han vivido pueden asimilar con gran rapidez versiones erróneas del desastre. Tales versiones grupales pueden transformarse en la versión aceptada por un amplio segmento de la población en muy poco tiempo.” (Cissin & Clark, 1962, citado en Cohen, 2015)

No hay mejor mecanismo para consolidar la realidad creada por los medios, que evitar que las personas se comuniquen entre sí y, de este modo, permitir que la sociedad solo conozca la realidad a través de lo que la televisión, diarios, redes sociales, etc.; le muestra. Cuanto las personas mayor interacción tengan entre sí, mayores probabilidades existen de que se comuniquen, reflexionen y tomen consciencia de que la realidad mediática no es la verdadera.

De este modo confirmamos una vez más lo dicho precedentemente, los medios de comunicación son verdaderos intermediarios entre los receptores y el mundo circundante.

Zaffaroni (2011) sostiene que la criminología mediática no es un fenómeno aislado, sino que aumenta su espacio y estridencia ante el surgimiento de movimientos o partidos populistas, es decir, aquellos que postulan la ampliación de la ciudadanía mediante la incorporación de nuevas capas sociales, que no son más que lo que constituye un estado de bienestar. Con el fin de derrotar o derrocar a estos populismos, la criminología mediática recurre al pánico moral, no obstante, cuando surgen otros peligros susceptibles de ser adjudicados a los populismos y que también infunden temor en el pueblo, la criminología mediática se hace un lado y vemos el foco de los medios puestos en otras cuestiones.

En los Estados Unidos, la criminología mediática tiene como objetivo el desbaratamiento del estado de bienestar, propiciando la criminalización de negros y latinos, mientras que en Europa la expulsión de inmigrantes ajenos a la Comunidad Europea. En nuestro país originariamente fueron las dictaduras las que se encargaron de vapulear el estado de bienestar, y tras la vuelta a la democracia quien se ocupó de seguir con la tarea fue la criminología mediática.  No obstante, en nuestra región las circunstancias son distintas, los estereotipados son un grupo mucho más grande e incluso a veces mayoritario, en comparación con el norte, y del cual a su vez provienen todos los protagonistas de la violencia del poder punitivo, es decir, delincuentes, víctimas y policías:

“La criminalización, la victimización y la policización suelen recaer predominantemente sobre los sectores sociales más humildes, no siendo difícil incentivar el odio entre ellos mediante la creación de realidad mediática, para generar una violencia que impida todo diálogo, coalición y consiguiente protagonismo político coherente.” (Zaffaroni, 2019, p.132)

Lo cual también denota que de una forma u otra el poder punitivo siempre recae sobre las mismas personas, ya sea de una vereda o la opuesta.

Teniendo en cuenta la cantidad de personas que conforman el “ellos” en nuestra región, sumado a las cuestiones económicas, no podríamos encarcelar a todos, producto de dicha coyuntura es que la criminología mediática se traduzca entonces en una mayor violencia por parte del poder punitivo, peores leyes penales, mayor autonomía de la policía y la impotencia de los jueces.

Como vimos anteriormente, la criminología mediática también tiene una gran incidencia en la política. Los políticos no suelen conocer otra criminología más que la mediática y tampoco saben cómo salir ilesos de ella, y para no apartarse de la realidad conocida por la gente que no es otra que la que reproducen los medios, terminan cayendo en ella y acoplándose a sus exigencias, sancionando leyes inútiles, castigando a los magistrados, brindándole mayor autonomía a las agencias policiales. Situación que tiene como resultado que la criminología difundida por los medios masivos de comunicación termine condicionando también las decisiones políticas que luego vemos materializadas en leyes penales.

 

Conclusión

La criminología mediática juega un rol preponderante en la sociedad actual creando una realidad ficticia mediante la producción y manipulación de noticias, a través de la cual promueve deliberada y silenciosamente la segregación de la sociedad, excluyendo a los más vulnerables y cancelando a quienes se interponen en el camino del capitalismo financiero.

Es fundamental que la audiencia tome conciencia de la exageración y distorsión de la realidad que efectúan los medios y de la existencia de diferencias entre las opiniones del público y las de la prensa, para que la sociedad pueda abstraerse de la realidad ficticia que pretende venderle el capitalismos financiero a través de los medios masivos de comunicación y pueda percibir la realidad sin tantos intermediarios y reaccionar ante los verdaderos “demonios” que no son otras que las grandes corporaciones financieras que manejan los hilos del mundo globalizado.

 

Bibliografía

Anitua, G. I. (2011). Medios de comunicación y criminología. Revista de Derecho Penal y Criminología, Año 1, N°1. La Ley.

Barak, G. (1988). Newsmaking Criminology: Reflections on the Media, Intellectuals, and Crime. Justice Quarterly.

Berger, P.L. & Luckmann T. (1968). La construcción social de la realidad. Amorrortu editores.

Bernays, E. (2008). Propaganda. Editorial Melusina.

Cohen, S. (2015). Demonios populares y pánicos morales. Desviación y reacción entre medios, política e instituciones. Gedisa Editorial.

Galvani, M., Mouzo, K., Ortiz Maldonado, N., Rangugni, V., Recepter, C., Rios, A. L., Rodríguez, G., Seghezzo, G. (2010). A la inseguridad la hacemos entre todos. Prácticas académicas, mediáticas y policiales. Hekht Libros. 

Mattelart, A. (2003). Geopolítica de la cultura. Ediciones desde abajo.

McQuail, D. (1991). Introducción a la teoría de la comunicación de masas. Editorial Paidós Mexicana.

Wright, C. R. (1963). Comunicación de masas. Una perspectiva sociológica. Editorial Paidós.

Zaffaroni, E.R. & Caterini, M. (2014). La sovranità mediatica. Una riflessione tra ética, diritto ed economía. En R. E. Zaffaroni & M. Bailone, Delito y espectáculo. La criminología de los medios de comunicación (pp. 127-151). CEDAM.

Zaffaroni, E. R. & Ílison Dias, D. S. (2019). La nueva crítica criminológica. Criminología en tiempos de totalitarismo financiero. Editorial El Siglo.

Zaffaroni, E.R. (2011). La palabra de los muertos. Ediar.

[1] Abogada

La Criminología mediática

Autora. Mailén Alejandra Sassone. Argentina

Mailén Alejandra Sassone[1]


Introducción

El objetivo del presente trabajo es analizar la criminología mediática y sus causas y efectos en la sociedad actual.

A grandes rasgos podemos decir que la criminología mediática manufactura una realidad que le es introyectada a la sociedad a través de los medios masivos de comunicación y que se convierte de este modo en la opinión pública, es decir, en el discurso imperante en la sociedad. No obstante, para poder adentrarnos mejor al análisis de dicha criminología considero que es necesario aclarar en qué consisten la comunicación de masas, así como también los medios de comunicación.

La comunicación es el proceso mediante el cual se transmiten significados de una persona a otra. Dentro de dicho proceso encontramos un tipo de comunicación específico que comprende ciertas condiciones distintivas en torno, especialmente, a la naturaleza de la audiencia, de la comunicación y del comunicador, y es la comunicación de masas.

Este tipo de comunicación se encuentra dirigida a un auditorio grande, heterogéneo, cuyos integrantes ocupan distintas posiciones dentro de la sociedad y que pertenecen a distintos grupos demográficos, a la vez que es anónimo, dado que el comunicador no conoce personalmente a la audiencia.

Respecto a la naturaleza de dicha comunicación, la misma se caracteriza por ser pública, en razón de que el mensaje no está enfocado en alguien en especial, sino que va dirigido a la atención pública, y en forma rápida y simultánea, ya que el mensaje está orientado a grandes audiencias en un tiempo relativamente corto. Y en torno al comunicador podemos concluir que se trata de una comunicación organizada.

Por otro lado, los medios de comunicación son un elemento muy importante en las sociedades actuales, toda vez que se encargan de producir y distribuir conocimientos, crear certezas, manipular hábitos y opiniones, engañar, al tiempo que también proporcionan canales para relacionar a unas personas con otras, ya sea emisores con receptores, miembros de la audiencia entre sí, así como también a cualquier individuo con su sociedad, y con las demás instituciones que la conforman.

Como su mismo nombre lo indica, dichas instituciones operan como intermediarios entre los receptores y el mundo, y entre los receptores y otras instituciones, tales como la iglesia, el Estado, la justicia, la industria, los sindicatos, entre otros, a la vez que proporcionan también un vínculo entre esos mismos organismos. Pero también funcionan como intermediarios en la medida que nuestras relaciones con las personas, objetos, organizaciones y acontecimientos, están conformadas por los conocimientos que adquirimos a través de los medios de comunicación de masas. Relativamente es poco lo que conocemos por experiencia directa, ya sea de nuestra propia sociedad, de los dirigentes políticos, de los grupos sociales a los que no pertenecemos o que no podemos observar, y los conocimientos que tenemos al respecto provienen, en su mayoría, de los medios de comunicación.

En torno a la función de los medios masivos de comunicación como intermediarios Mattelart (2003) manifiesta que la comunicación comprende dos etapas, en la primera se encuentran las personas relativamente bien informadas, toda vez que están directamente expuestas a los medios, y en la segunda, aquellas cuyo contacto con los medios es menor y que dependen de otros para obtener información. En la primera categoría se reclutan los líderes de opinión que transmiten a los segundos la información a través de canales interpersonales. De esta forma se ejemplifica cómo los medios funcionan como canales de vinculación entre los miembros de la audiencia entre sí. 

Estos medios operan, casi en forma exclusiva, en la esfera pública y constituyen una institución abierta en la medida en que todos pueden participar como receptores y, en determinadas circunstancias, también como emisores, y también se trata de una institución de carácter público dado que se ocupa de cuestiones sobre las que existe opinión pública, o bien, puede crearse. Asimismo, el público participa de dichos medios en forma voluntaria, incluso en mayor medida que respecto a otras instituciones relacionadas con la difusión de conocimiento, tales como la religión, la enseñanza o la política. Y este carácter voluntario propicia la asociación del consumo de los medios masivos de comunicación con el ocio y el tiempo libre. A su vez, la institución de los medios de comunicación posee vínculos económicos al encontrarse ligada a las megas corporaciones financieras e instituciones laborales y, siguiendo a Zaffaroni (2019), podemos considerar que los medios de comunicación constituyen el segundo poder, precediéndolos el poder financiero. Ambos poderes dominan los procesos mentales y los patrones mentales de las masas, son lo que Bernays (2008) denomina los gobernantes invisibles: “Son ellos quienes mueven los hilos que controlan el pensamiento público, domeñan las viejas fuerzas sociales y descubren nuevas maneras de embridar y guiar el mundo” (Bernays, 2008, p. 16).

Además, no debemos dejar de lado que los medios siempre están vinculados, de una forma u otra, al poder estatal a través de mecanismos jurídicos e ideas legitimadoras que varían de una sociedad a la otra.

Tal como anticipé anteriormente, la principal actividad de los medios de comunicación es la producción, reproducción y distribución de conocimientos, los cuales nos permiten dar sentido al mundo, forman parte de nuestra percepción del mismo y se suma a nuestros conocimientos previos y a la continuidad de nuestra actual comprensión.

La idea del rol de mediador de los medios de comunicación nos permite indicar que estos desempeñan diversas funciones, tales como las de un transmisor neutral, servir de vínculo interactivo, o servir de medio de control. En tanto los medios de comunicación ofician como transmisores, amplían nuestras posibilidades de visión del mundo que nos rodea, a la vez que cuando actúan como formas de control, podemos determinar que los medios dirigen la atención de la audiencia hacia aspectos seleccionados de la realidad. En este sentido, debemos pensar en los medios de comunicación como filtros de la realidad, toda vez que nos brindan una visión restringida de la sociedad y cuanto más sistemático sea el filtro, más probabilidades hay de que lo que terminemos visualizando a través de ellos sea una versión distorsionada de la realidad.

Criminología mediática

La criminología se convirtió en ciencia a principios del siglo XX, por aquel entonces era considerada una ciencia que estudiaba las causas del delito dando lugar al denominado paradigma etiológico. Sin embargo, en la actualidad es imposible concebir a la criminología como la ciencia que se ocupa de las causas del delito, dado que prácticamente todo es delito y, por ende, sería imposible pensar en una ciencia que se encargue de estudiar las causas de todas las conductas tipificadas por las leyes penales, ya que se trataría del saber de todas las ciencias, lo cual no permitiría delinear los límites del mismo, lo cual sería absurdo. No obstante, hoy en día se continúa discutiendo si la criminología debe atender el crimen o el poder punitivo. No caben dudas de que el poder punitivo debe formar parte del objeto de estudio de la criminología, ya que es quien se encarga de determinar qué se criminaliza.

La criminología y la política se encuentran ligadas, por eso siempre detrás de una criminología se subyace una ideología política, porque saber y poder van de la mano. La criminalización de una determinada acción o de una persona no es más que un acto de poder, es la política la que determina que es considerado delito y que no lo es, tipificando determinadas conductas y, consecuentemente, permitiendo que el poder punitivo sea ejercido respecto de todas ellas. La criminología siempre legítima determinado ejercicio del poder punitivo y en el presente la criminología mediática no hace más que legitimar el ejercicio del poder punitivo del capitalismo financiero.

La criminología mediática es un fenómeno mundial que existió siempre y siempre se construyó en torno a una causalidad mágica, como menciona Zaffaroni (2011), y fue variando y adquiriendo características propias de cada época en razón de las necesidades y de la tecnología comunicacional imperante. En la edad media el modo de difusión de dicha criminología era a partir de la iglesia y la plaza pública, durante el positivismo pasaron a ser los diarios y folletines y en la actualidad los medios masivos de comunicación, en especial, la televisión y las redes sociales. Fue a finales del siglo XIX que la prensa, en ese entonces gráfica, y su construcción de la realidad alcanzó mayor poder y fue el sociólogo Gabriel Tarde quien en 1900 ya advertía que el arte de gobernar se había convertido en gran medida en la habilidad de servirse de los diarios, percatándose de la fuerza extorsiva de los medios masivos, de la gran dificultad para neutralizar los efectos de una difamación periodística y de la explotación de la credulidad pública. (Zaffaroni & Bailone, 2014)

Barak (1988) anticipó la llamada criminología mediática a través de lo que denominó “Newsmaking criminology” y definió como la criminología capaz de aprovechar las oportunidades en la producción de noticias criminales a través de un proceso en el cual los criminólogos utilizan la comunicación masiva con el propósito de interpretar, justificar y alterar las imágenes del delito y la justicia, el delito y su sanción, y los delincuentes y sus víctimas.

En el mismo sentido podemos sostener que la criminología mediática es una criminología paralela “…cuyo predominio en la realidad social es mucho más notorio que cualquier teoría o tratado científico sobre la materia.” (Zaffaroni & Bailone, 2014, p. 132)

Dicha criminología se originó en Estados Unidos y podemos definirla como “… la creación de la realidad a través de información, subinformación y desinformación mediática en convergencia con prejuicios y creencias, que se basa en una etiología criminal simplista asentada en la causalidad mágica.” (Zaffaroni & Bailone, 2014, p. 127)

Zaffaroni con causalidad mágica se refiere a la idea de causalidad que se utiliza para canalizar la venganza contra determinados grupos humanos, lo cual convierte a estos grupos en verdaderos chivos expiatorios de la sociedad. La causalidad mágica es utilizada para brindar una respuesta urgente, dado que la falta de una respuesta inmediata es sinónimo de inseguridad, lo cual deriva en que ante la falta de una respuesta inmediata, la respuesta sea la venganza respecto de los chivos expiatorios, que son los responsables de todos los males que padecemos como sociedad y cuando los medios se valen de una victimario proveniente del grupo estigmatizado, la urgencia de respuesta toma aún mayor dimensión como forma de calmar el dolor y hasta se llega a la manipulación de ella para fomentar el discurso vindicativo.

La creación de la realidad mediática juega una función muy importante dentro del control social represivo que efectúa el totalitarismo financiero respecto de los aparatos de los Estados con el objeto de llevar a cabo el proceso tardo-colonizador. Pero para poder analizar con mayor profundidad esta idea debemos hacer algunas salvedades.

Por una parte, Zaffaroni (2019) denomina “tardocolonialismo” a una fase superior, o avanzada, del colonialismo que se ejerce actualmente respecto de los países del hemisferio sur. Por otro lado, el carácter de totalitario que se asigna al capitalismo financiero se debe a los componentes de dominación y hegemonía que el mismo presenta, a la vez que constituye una macro delincuencia que además de tener impunidad es funcional a la llamada delincuencia de cuello blanco.

“El totalitarismo financiero reproduce hacia abajo -mediante sus aparatos de propaganda exigentes de “mano dura” y “tolerancia cero”-  nuevos enemigos para que Lucho se distancie de su tejido social próximo (exclusión entre excluidos). Crea, etiqueta, y rótula, no sólo a la histórica clase trabajadora o al lumpenproletariat, sino también a los idóneos demandantes de estructuras de oportunidades como inmigrantes indocumentados, adolescentes sin instrucción educativa suficiente, mujeres pobres y abandonadas, etc. Así, además de promover la exclusión, su función es mantenerla mediante la mutidiscriminación.

Hacia arriba, el control mediático de la realidad castiga a quienes, mínima o ruidosamente, intentaron subvertir o retrasar el proceso tardo-colonizador. La definición sobre el populismo, contenida en más de mil formas dentro de los estudios políticos, es presentada unívocamente como caótica, precaria y corrupta. Los gobiernos populares encarnan el caos, mientras que los procónsules del tardocolonialimo el orden. El ethos de los aparatos de propaganda del totalitarismo financiero es la presentación de una política inmaculada, es decir, de una antipolítica que critica -niega en realidad- la crítica al capitalismo financiero. Sus modernas tácticas son las fake news y el invisibilizado lawfare. El objetivo se traduce entonces en la aversión de Lucho al cuestionamiento del orden económico, de su domesticación ciudadana e inmediata adhesión al mercado bajo maniqueos emblemas político-culturales como “necesitamos inversión”, “el capitalismo produce empleo” o “yo no soy político”. Con ello, el totalitarismo financiero introdujo en Lucho la semilla de la indiferencia…” (Zaffaroni, 2019, p. 14)

De este modo Zaffaroni describe el trabajo que efectúa el control mediático de la realidad, dentro del cual se halla la denominada criminología mediática, respecto de todos los sectores de la sociedad, promoviendo la exclusión, por un lado, y castigando a los que se interponen en su proceso tardo-colonizador por el otro. Se evidencia así que el fin último de dicho control no es otro que allanarle el camino al “totalitarismo financiero”, ejercido por las grandes corporaciones de las potencias mundiales, para que pueda dominar y ejercer poder sobre los países subdesarrollados, generar una acumulación ilimitada de riqueza y de esa forma cumplir con el proceso tardo-colonizador.  En el mismo sentido Barak (1988) manifiesta que la criminología mediática se esfuerza por incidir en las actitudes, pensamientos y discursos públicos sobre la justicia y la delincuencia, con el objeto de serle funcional a una política pública de control de esta última.

Pero el control no solo es mediático, sino que también es punitivo y la pregunta sería ¿Cómo opera el poder punitivo en la actualidad? Pues bien, primero debemos dejar en claro que en todas las épocas el poder punitivo seleccionó respecto de quienes iba a ejercer la criminalización secundaria, dado que sería imposible punir a toda la sociedad en virtud de la disparidad entre las leyes penales que existen y la capacidad operativa de las agencias de criminalización secundaria. Aclarado esto pasaremos a analizar como el capitalismo financiero selecciona actualmente a los criminalizados. Teniendo en cuenta que el objetivo de este no es otro que la concentración de riqueza, dentro de la sociedad ideada por él hay más excluidos que incluidos, con lo cual, el poder punitivo va a ser ejercido sobre los excluidos y también sobre sus opositores y disidentes, y dentro de este programa una pieza fundamental es la criminología mediática que le propone a la sociedad en general:

“…una distopía de orden, consistente en una sociedad con seguridad total, libre de toda amenaza, extrema prevención, tolerancia cero, vigilancia y control tecnológico, temor al extranjero y a todo extraño, estigmatización de la crítica, neutralización de cualquier disidencia, reforzamiento del control comunicacional, discriminación étnica y cultural e institucionalización masiva, pureza virginal en la administración, es decir, un completo programa totalitario”. (Zaffaroni, p. 122, 2019)

En el discurso mediático se observa una íntima relación entre pobreza y delincuencia. Quienes encarnan la violencia, el delito y la inseguridad son los pobres y dentro de ellos en especial los jóvenes. En consonancia con ello, la pobreza es concebida como una fábrica de delincuentes: “…sujetos que con ¨otra cultura¨, ¨otros valores¨, sin educación, sin trabajo, ¨sin perspectivas futuras¨, encarnación de la otredad, entonces, jóvenes-pobres que, en el proceso de conformarse en adultos, producen y reproducen la inseguridad.” (Galvani et al., 2010, p. 89)

Los medios de comunicación crean una realidad paralela en la cual conviven un mundo de personas decentes frente a una masa de delincuentes identificados a través de estereotipos, produciendo de este modo la idea de un mundo dividido en un “nosotros” buenos y un “ellos” malditos, donde en este último grupo se encuentran los criminales, los delincuentes, los responsables de todos los males que acechan, la escoria de la sociedad, los “otros”, los verdaderos chivos expiatorios de la sociedad. Este enemigo está compuesto, ni más ni menos, por los prejuicios discriminadores populares, los estereotipados son los discriminados, los adolescentes de barrios populares, los pueblos originarios, los inmigrantes latinoamericanos y las personas con consumo problemático de estupefacientes.

Si nos retrotraemos a tiempos inmemorables, podríamos aseverar que el poder punitivo siempre se valió de grupos de personas para adjudicarles todos los males existentes, ya sean las brujas, prostitutas, inmigrantes, locos, obreros, vagabundos, subversivos, anarquistas. Quienes conforman el grupo de los estigmatizados varían en virtud del momento y el lugar.

“Los ellos de la criminología mediática molestan, impiden dormir con puertas y ventanas abiertas, perturban las vacaciones, amenazan a los niños, ensucian en todos lados y por eso deben ser separados de la sociedad, para dejarnos vivir tranquilos, sin miedos, para resolver todos nuestros problemas. Para eso es necesario que la policía nos proteja de sus acechanzas perversas sin ningún obstáculo ni límite, porque nosotros somos limpios, puros, inmaculados.” (Zaffaroni, p. 369, 2011)

De este modo, se logra observar que la criminología mediática le es funcional al poder punitivo del Estado, dado que el poder punitivo actúa selectivamente en función de los reclamos públicos que no son sino los reclamos que difunden y alimentan los medios, que tienen a su vez como blanco a los excluidos estructurales, así como a los opositores y molestos. Todos aquellos que se aparten del orden, de la normalidad controlada, son los causantes del delito. Queda al descubierto que a la criminología mediática no le interesan los criminales violentos sino más bien brindar un discurso funcional a los intereses financieros que se manifiestan a través de las empresas de medios, creando un enemigo para la sociedad y configurando la inseguridad como un problema que aqueja a la sociedad en su conjunto, con el fin de desbaratar o impedir el estado de bienestar, y de esta forma beneficiarse con el caos que ello ocasiona y dar paso a una sociedad excluyente y a un Estado que se limite a controlar a la parte de la población excluida para que ésta no genere molestias. Lo que verdaderamente le interesa a la criminología mediática es crear una realidad caótica, antimoral y criminal que sirva para destruir el estado de bienestar.

En este sentido, es importante destacar que:

“El poder mediático está concentrado en mega grupos económicos globalizados, que detentan la propiedad de los medios de producción de noticias, la infraestructura tecnológica necesaria para la difusión mundial y el poder político y económico suficiente para influir en gobiernos y corporaciones.” (Zaffaroni & Bailone, 2014, p. 129)

En virtud de ello es que se puede sostener que la comunicación no está ni cerca de ser una actividad objetiva o neutral.

A su vez, el poder punitivo también se vale de la criminología mediática para ejercer su función selectiva de “ellos”, pero este “ellos” no está compuesto de criminales, sino de estereotipados que no cometieron ningún delito. Entonces surge la pregunta, ¿De qué modo los medios masivos de comunicación convierten a “ellos” en criminales violentos?, y la respuesta es, dando a conocer al público a los pocos estereotipados que, si delinquen, lo cual siembra en la audiencia la idea de que los que presentan el mismo estereotipo actuarán de igual forma que los criminales. La vestimenta, el estilo de vida, los tatuajes, la música, el modo de hablar, los modos de recreación y cualquier objeto relacionado con los estereotipados adquieren una connotación negativa.

“Las conductas sobre las cuales hay que intervenir son reenviadas a sujetos particulares que, como hacíamos referencia en los apartados anteriores, son presentados como inmersos en condiciones sociales desfavorables. Vale decir, generaciones de pibes `donde los valores se ha transformado en la cultura villera´, `el hacinamiento´, `la promiscuidad´, `la falta de higiene, agua potable´, `consumo de paco´…De esta manera vuelve a ponerse en evidencia la marcada estructura disyuntiva que articula estos discursos: la oposición entre el colectivo de identificación (`la sociedad´ o `los pibes de Capital y San Isidro´) y la otredad radical (`los menores en riesgo´ o `los pibes de la Matanza´), una subcultura con otros `valores´, sin `nuestras categorías del ben y del mal´, otros `ideales´ que `nada tiene que ver con los nuestros´. Otra vez la exclusión del elemento extraño que introduce el desorden se asume como la condición de posibilidad de la armonía, el orden y la seguridad de la totalidad social

Sin embargo, los fragmentos expuestos muestran que el imperativo del hacer en relación al desorden no sólo se encarna en ciertas conductas de sujetos particulares, sino que también se inscribe en una economía topológica. Ciertos espacios o zonas emergen como productores de la (in)seguridad, espacios que se constituyen como colonizados por los jóvenes-pobres: la `villa, `La Matanza´, `la zona Zabaleta´, `Pompeya´, o bien, ´la calle` o las `terminales ferroviarias´…”. (Galvani et al., 2010, p. 114-115)

En virtud de la realidad mediática la sociedad le asigna roles al estereotipado, precisamente roles desviados, lo cual se encuentra íntimamente ligado con lo que Berger y Luckmann (1968) llaman esquemas tipificadores los cuales sirven para que los individuos puedan interactuar socialmente, dado que en razón de ellos aprehendemos al otro, conocemos cómo actuar ante su presencia y como interpretar sus actos en base al estatus atribuido. De este modo, dichas tipificaciones y las pautas de interacción establecidas a través de ellas, conforman la estructura social.

Asimismo, es importante destacar que lo que es considerado desviado es producto de la sociedad, es decir, son los grupos sociales quienes crean la desviación al elaborar normas cuya infracción deviene en una desviación y aplican dichas normas a determinado grupo de personas a las que rotulan como desviadas, profundizando los estereotipos. La desviación no es un proceso de conversión, es decir, la persona no se convierte en desviado, sino que la desviación se determina en base a la posesión de un conjunto de determinados rasgos y características y se vuelve significativa cuando se convierte subjetivamente en el fundamento de la asignación de determinado status dentro de la sociedad.

Toda sociedad posee un conjunto de ideas e imágenes, bien procesadas o codificadas, respecto a cuáles son las cusas de la desviación (pobreza, adicciones, inmigración, etc.) y quién es el típico sujeto desviado, respectivamente, y ambas van a influir en como la sociedad reacciona e interactúa con los individuos desviados en virtud de la indignación, temor y enojo que las mismas le suscitan. En la actualidad tanto las ideas como imágenes en torno a las deviaciones y los desviados, suelen ser proporcionada por los medios, quienes constituyen la principal fuente de información sobre los lineamientos normativos de la sociedad.

“El estudioso de la iniciativa moral no puede evitar prestar especial atención al papel que le caben a los medios en la definición y constitución de los problemas sociales. Hace ya tiempo que los medios operan a título propio como agentes de la indignación moral: aunque no estén embarcados de manera consciente en una cruzada o campaña de desprestigio, la manera en que informan ciertos “hechos” basta para generar preocupación, inquietud, indignación o pánico. La coincidencia de esos sentimientos con la percepción de que hay valores que necesitan ser protegidos produce las precondiciones para la creación de nuevas normas o para la definición de problemas sociales…los medios pueden dejar una sensación difusa de inquietud acerca de alguna situación: “se debería hacer algo al respecto”, “¿dónde irá a parar? o “este tipo de cosas no puede durar para siempre”. Esas sensaciones imprecisas son fundamentales a la hora de preparar el terreno para iniciativas ulteriores.” (Cohen, 2015, p. 60-61)

La sociedad segrega a las personas desviadas con el objeto de alienarlas de la sociedad, lo cual genera que estos individuos se agrupen con otros con sus mismas condiciones y se produce así una mayor desviación que da lugar a mayores sanciones punitivas.

El poder punitivo no solo consiste en la punición selectiva de la delincuencia, sino que también abarca la punición sin delincuencia, ejemplo de ello es el ejercicio del poder punitivo respecto de los que son portadores de los estereotipos difundidos por la prensa.

Anitua (2011) considera que, a diferencia de lo que postulan quienes se amparan en la criminología crítica, la construcción de un estereotipo de delincuente, no es producto de los medios masivos de comunicación, sino que es propio del poder político del cual se encuentra la justicia penal. Lo que hacen los medios es hacer públicos los prejuicios con los que actúa la justicia:

“Para la elección del modelo de delincuente que pueble las cárceles en cada momento histórico solo fue necesaria la decisión política correspondiente. El asumir la anterioridad a la explosión comunicativa de ciertas prácticas del aparato de justicia penal es un buen punto de partida para no descargar sobre los medios muchas culpas que le son ajenas” (Abregu, 1991, citado en Anitua, 2011)

La criminología mediática también le es funcional al poder en cuanto fomenta el control y la reducción de la libertad social en pos de proteger al “nosotros” del “ellos”, y esta es justamente su razón de ser. La criminología mediática manufactura una realidad paralela en la que el peligro latente del “ellos” justifica todo tipo de control por parte del poder estatal, el discurso que crean los medios es la causa perfecta para justificar más controles y menos libertades sin que el pueblo se inmute, sin ir más lejos muchas veces es el mismo pueblo que, comprando hasta el hartazgo el discurso de los medios, proclama mayor control de parte del Estado, creyendo ilusamente que ese control viene, por causalidad mágica, sujeto a mayor seguridad.

Por si no fuera suficiente, los medios también se encargan de fomentar la reproducción e incitación de los delitos que difunden y publicitan, dando a conocer métodos criminales y difundiendo el mensaje de que impera la impunidad, como un guiño a los criminalizados para que continúen o comiencen a delinquir. 

El control mediático de la realidad, como todo control social posee tres elementos: la difusión gradual desde el lugar en que la conducta considerada “desviada” tuvo lugar, llegando a las victimas inmediatas, la escalada mediante la exageración que permite legitimar el accionar de los agentes de control (tales como policía y tribunales) y la innovación, a través de métodos de control novedosos, fundada en la idea de la carencia, tanto del contenido, como del modo de implementación de las medidas de control vigentes.

La construcción de la realidad mediática no necesariamente se realiza a través de mentiras u omitiendo información, sino también recurriendo al bombardeo de imágenes, la reiteración y el dramatismo. En este sentido, los medios seleccionan cautelosamente los delitos llevados a cabo por estereotipados y dignos de ser informados, haciendo hincapié en los más perversos, patológicos, aberrantes y violentos, trasmiten imágenes para que el impacto sea aún mayor en la audiencia, creando un verdadero espectáculo mediático y dejando de lado los delitos cometidos por quienes no encuadran dentro del estereotipo difundido, lo cual crea un imaginario de que quienes delinquen en su mayoría son los estigmatizados. De este modo, el mensaje es que quien se parece a los que cometen crímenes atroces, mañana también puede terminar delinquiendo, es decir, se los concibe como potenciales delincuentes y por eso es necesario apartarlos de la sociedad, apartarlos de “nosotros”. En este punto se puede hacer un paralelismo con los peligrosos en la criminología positivista, en ella imperaba la idea de que, pese a que aún no habían cometido crimen alguno, había que condenarlos por los crímenes o delitos que pudieran cometer en el futuro, e impedir de este modo la comisión de nuevos delitos:

“Siendo la peligrosidad una característica del agente, no era necesario esperar que ésta se tradujese en un delito cuando se la podía detectar por otros signos que no fuesen el crimen mismo. De allí que rápidamente el positivismo postulase una peligrosidad sin delito o predelictual, habilitando medidas -en realidad penas- para los peligrosos que aún no habían caído en el crimen.” (Zaffaroni, p. 101, 2011)

Con los estereotipados sucede algo similar, los debemos apartar de la sociedad porque si bien aún no cometieron un delito, puede ser que terminen delinquiendo, ya que son parecidos a los delincuentes que nos muestran diariamente en los medios de comunicación.

En términos de Berger y Luckmann, los medios de comunicación son una institución, toda vez que las instituciones son las tipificaciones recíprocas de las acciones habitualizadas, es decir, las pificaciones recíprocas de los quehaceres propios y de los otros. De esta forma la prensa tipifica que determinados delitos (acción habitualizada) son realizados por determinas personas (estereotipados), creando de este modo una realidad paralela.

“Las tipificaciones de las acciones habitualizadas que constituyen las instituciones, siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales como a las acciones individuales. La institución establece que las acciones del tipo X sean realizadas por actores del tipo X…Las tipificaciones recíprocas de acciones se construyen en el curso de una historia compartida: no pueden crearse en un instante. Las instituciones siempre tienen una historia, de la cual son productos…Las instituciones, por el hecho mismo de existir, también controlan el comportamiento humano estableciendo pautas definidas de antemano que lo canalizan en una dirección determinada.” (Berger & Luckmann, 1968, p. 74)

No solo las acciones específicas se tipifican, sino también las formas de acción, lo cual permite reconocer no solo al sujeto en particular que realiza una acción de determinado tipo, sino también a dicha acción como ejecutable por cualquiera al que pueda imputársele, admisiblemente, la tipificación.

Al mismo tiempo, las instituciones se encarnan en la experiencia individual a través de los roles. Al desempeñar roles los individuos participan del mundo social y al internalizar dichos roles ese mismo mundo cobra realidad para ellos.

“En el cúmulo común de conocimiento existen normas para el desempeño de ¨roles¨, normas que son accesibles a todos los miembros de una sociedad, por lo menos a aquellos que potencialmente desempeñan los roles en cuestión. Esta accesibilidad general forma parte del mismo acopio de conocimiento; no solo se conocen en general las normas del ¨rol¨ X, sino que se sabe que esas normas se conocen. Consecuentemente, todo actor supuesto del ¨rol¨ puede considerarse responsable de mantener dichas normas, que pueden enseñarse como parte de la tradición institucional y usarse para verificar las credenciales de todo aquel que las cumpla y, por la misma razón, servir de controles.

El origen de los ¨roles¨ reside en el mismo proceso fundamental de habituaciones y objetivaciones que el origen de las instituciones. Los ¨roles¨ aparecen tan pronto como se inicia el proceso de formación de un acopio común de conocimiento que contenga tipificaciones recíprocas de comportamiento, proceso que, como ya hemos visto, es endémico a la interacción social y previo a la institucionalización propiamente dicha… Todo comportamiento institucionalizado involucra ¨roles¨, y éstos comparten así el carácter controlador de la institucionalización. Tan pronto como los actores se tipifican como desempeñando ¨roles, su comportamiento se vuelve ipso facto susceptible de coacción.” (Berger & Luckmann, 1968, p. 96)

A su vez, cuando las instituciones adquieren historicidad se objetivan, lo cual permite a los individuos experimentar a la institución como si ésta tuviera una realidad propia, que se presenta al individuo como un hecho externo y coercitivo que se ancla en la conciencia del pueblo, tal como sucede con la realidad mediática.

 

Otro mensaje que difunde a diario la criminología mediática es que los estigmatizados no merecen tener garantías penales y procesales, no merecen tener derechos, a razón de que constituyen en sí mismos la génesis del mal. Son un gasto inútil para la sociedad, que los “buenos” deben mantener a través de los impuestos que pagan con el fruto de su trabajo, discurso que implícitamente reclama la aniquilación de los delincuentes de esta criminología, pero para llegar a ello, primero los medios presentan al “desviado” como un objeto, al mismo tiempo que promocionan el odio y la indiferencia moral de la audiencia ante el sufrimiento de los otros, para luego llevar a cabo su eliminación.

“…las soluciones se delimitan en torno a la intervención, la neutralización, o directamente la eliminación de esos “otros” que han sido construidos como causa eficiente de la ¨inseguridad¨. En otros términos, si la ilusión de completitud hace emerger la pretensión de totalidad, la lucha contra el elemento que niega esa pretensión, los ¨otros¨, el síntoma, permite creer que en su eliminación radica la solución al ¨problema de la inseguridad¨. Eliminando el síntoma se alcanzará la totalización…” (Galvani et al., 2010, p. 87)

Asimismo, este mensaje es consonante con la naturalidad con la que los medios tratan las muertes de los estereotipados, lo cual va de la mano con la idea de que ganaron los “buenos” ya que existe uno menos, uno menos de los malditos, uno menos de los que generan los males que padecemos, uno menos de “ellos”, como si se viviera en una guerra entre dos bandos opuestos, una verdadera guerra contra el crimen.

La idea que se reproduce desde los medios es que la única solución contra los causantes de los males es la violencia, sin dejar lugar a la conciliación o reparación, lo cual genera que todo aquel que deje entrever una idea de conciliación, mediación o reparación sea considerado un cómplice del crimen, un cómplice del enemigo. Ante esta situación adquiere también protagonismo el papel de los medios respecto al fin de la pena, que consiste en la resocialización del condenado, pues bien, la difusión que hace la prensa tanto del nombre como de la imagen del criminalizado, torna difícil su resocialización y posterior reingreso a la sociedad, dado que no solo debe lidiar con la condena penal sino también con la llamada condena social, alimentada por los propios medios de comunicación.

Por otro lado, es menester destacar que no basta con crear un chivo expiatorio para que este sea eliminado o criminalizado, sino que es necesario que el mismo infunda temor en la sociedad, y para eso es necesario mostrarlo como el mayor, y casi único, causante de todos los males. Siguiendo con este orden de ideas, Zaffaroni (2011) menciona que se alimenta la creencia ficticia de que el único riesgo de victimización es por robo violento o por el homicidio cometido por adolescentes de barrios precarios o de los bajos fondos urbanos, así como también por determinados delitos sexuales llevados a cabo por pedófilos y violadores seriales, pero se dejan de lado las estafas, defraudaciones, cohecho, malversaciones, y demás delitos que generalmente tienen un impacto económico mucho mayor.

Los medios crean de esta manera lo que Cohen (2015) denomina pánicos morales y demonios populares, siendo estos últimos ni más ni menos que los estereotipados:

“…la atribución de la etiqueta de pánico moral significa que se ha exagerado la dimensión e importancia de lo así designado (a) en sí mismo (comparado con otras fuentes más confiables, válidas u objetivas) y (b) comparado con otros problemas de mayor gravedad.” (Cohen, 2015, p. 10)

Los elementos que componen la definición de pánico moral son: la preocupación que genera la amenaza potencial o imaginada que infunde el fenómeno al cual se le asigna el pánico moral, la indignación moral hacia quienes encarnan el problema que en el presente caso serían los estereotipados, el acuerdo generalizado y fomentado por los medios de comunicación de que la amenaza es real, grave y debe ser atendida, la exageración del número y consecuencias del fenómeno en relación a su daño objetivo, la volatilidad que permite que el pánico se desencadene y disipe repentinamente y sin aviso.

 

Otra cuestión que es necesario resaltar es la moda de determinadas modalidades delictiva. Los medios suelen publicitar diversos delitos según las épocas, tales como los saqueos durante la crisis económica del 2001, los secuestros extorsivos hace algunos años o los famosos “motochorros” en la actualidad. Esta publicidad genera en el público la errónea idea de que aumentó la comisión de tal o cual delito, cuando lo cierto es que lo único que cambió es el foco de los medios hacia determinados tipos delictivos:

“A veces el objeto del pánico es bastante novedoso, y otras, existe desde hace tiempo, pero de repente aparece en el candelero. A veces el pánico pasa y cae en el olvido, salvo en la memoria popular y colectiva; otras, tiene repercusiones más graves y perdurables y puede llegar a producir cambios en las políticas legales y sociales o incluso en la forma en que la sociedad se concibe a sí misma.” (Cohen, 2015, p. 51)

Este fenómeno se vincula con lo que Cohen denomina sensibilización, la noticia de determinados tipos delictivos penetra en la conciencia de la persona y eso trae como consecuencia que el individuo comience a prestar atención a otras noticias de igual naturaleza que quizás en otro momento hubiera pasado por alto, reinterpretándose así estímulos neutros o ambiguos como si fueran potencial o efectivamente desviados.

“La sensibilización es una de las formas del más elemental de los sistemas de creencias generalizados, la histeria, que ¨transforma un (sic) situación ambigua en una amenaza global de enorme fuerza¨…La sensibilización sobre la desviación descansa en un sistema de creencias más complicado porque no sólo implica redefinir la culpa, sino también atribuirla a alguien y orientar las medidas de control hacia el agente específico al que se cree responsable. Esto equivale a lo que Smelser denomina ¨creencia hostil¨” (Cohen, 2015, p. 134)

Cohen considera que la desviación, creada socialmente, lleva a la creación de una imagen de los desviados y de sus conductas, consecuentemente desviadas, y que luego se produce la sensibilización que genera una valoración desproporcionada de la desviación que, a su vez, lleva a una escalada y legitimación del control social por parte de los grupos de poder, precisamente el capitalismo financiero. A su vez, el simple hecho de informar sobre un determinado hecho produce, en ciertas situaciones, el desencadenamiento de otros sucesos similares, tal como sucede con la moda, los conceptos estéticos, y otras conductas colectivas. En razón de ello, se puede considerar, por un lado, que los medios de comunicación difunden determinadas conductas fomentando su amplificación y propiciando ideas y, por otro, la sociedad esta expectante de cómo deben comportarte los estereotipados y de este modo se legitima y da lugar al control social, cuya razón de ser es aplacar las conductas desviadas de la sociedad a la vez que termina cumpliéndose la realidad mediática y confirmándose los estereotipos difundidos por esta, es decir, se cumple la profecía.

En el mismo sentido, Zaffaroni establece:

“…la invención mediática de la casta de parias la dan por cierta los otros y demandan roles desviados a los estereotipados, los más frágiles de ellos los asumen y se comportan conforme a esas demandas. Una vez más la mentira creída produce efectos reales, que no hacen feliz a nadie, pues de uno y otro lado genera errores de conducta.” (Zaffaroni, 2019, p. 138)

Tal como mencioné anteriormente, los medios también hacen uso de las víctimas, las cuales al igual que los victimarios, son seleccionadas especialmente. Las víctimas que les interesan a los medios son aquellas que cayeron en manos de un estereotipado, para que el público se identifique con ellas y logre confirmar que lo que muestran los medios es la real. Mientras que las víctimas del propio poder punitivo o de aquellos crímenes que no infunden temor, son dejadas de lado, no se las muestra porque no condicen con el mensaje que se quiere introducir en la sociedad. Asimismo, se requiere que se trate de víctimas que tengan sed de venganza, o bien que se las pueda manipular para que funcionen como reproductoras del mensaje vindicativo que proclama la criminología mediática. En consonancia con el tema, algunos criminólogos consideran que la prensa puede agravar la denominada victimización secundaria, es decir luego de la agresión del victimario padecen la agresión de los medios de comunicación, sobre todo mediante la publicidad de los procesos judiciales. Sin embargo, Anitua (2011) señala que, en verdad, el daño que inflijan los medios consistiría en una tercera victimización, la cual a su vez quedaría neutralizada si se evitará previamente la victimización secundaria, que es producto de las instancias estatales de persecución, y que se podría solucionar a través de reformas en el accionar de la justicia, tales como que los juicios sean llevados a puertas cerradas y los datos de la víctima estén restringidos, las sentencias omitan el nombre de las víctimas, siempre atendiendo al tipo de infracción y a la situación concreta de la víctima.

La criminología mediática está profundamente internalizada en la sociedad gracias al trabajo que realizan cotidianamente los medios de comunicación, lo cual dificulta mucho tomar distancia del mensaje que nos envían y racionalmente caer en la cuenta que se trata ni más ni menos que de una ficción, el noticiero o cualquier otro programa de noticias se convierte en un espectáculo televisivo, similar a una novela, sitcom o reality show.

“La simbolización y la presentación de los “hechos” de la forma más simplificada y melodramática posible dejan poco margen para la interpretación, la presentación de perspectivas alternativas sobre el mismo acontecimiento o la difusión de información que permitiría que el público pudiera ver el hecho en contexto”. (Cohen, 2015, p. 130)

Dentro del espectáculo se exagera la información, se la multiplica por diversos medios, se crean titulares engañosos que no coinciden con lo que se informa, y también se suele mencionar dos veces el mismo episodio, lo cual genera la sensación de que se trata de dos hechos diferentes.

La realidad fabricada por los medios masivos de comunicación es impuesta a la sociedad y pasa a formar de la vida cotidiana de la población, que es la realidad por excelencia y en la cual la conciencia se encuentra en su apogeo, lo cual dificulta mucho que la persona no actúe condicionada por ella y se logre abstraer.

Al respecto Galvani manifiesta que los medios de comunicación:

“…son productores de discursos y esos discursos son modos de construcción de una realidad De hecho, la (in)seguridad en tanto realidad se discute, define y produce en, por y a través de los medios de comunicación. En este punto, resulta indudable que los discursos que se producen en, por y a través de los medios de comunicación ocupan una posición privilegiada en la producción de sentido en función de los efectos que produce. Efectos de verdad y realidad que bajo la forma de los imperativos hacen emerger a la (in)seguridad como el problema más importante y más urgente.” (Galvani et al. 2010, p. 118)

La realidad mediática pasa a formar parte de lo que Smelser denomina sistemas de creencias generalizadas, las mismas son: “…creencias o engaños cognitivos transmitidos por los medios de comunicación masiva y asimilados en términos de predisposiciones del público.” Este es el argumento de Smelser (1962, citado en Cohen, 2015).

Y teniendo en cuenta que:

“Cuando la gente habla con otras personas de la comunidad sobre las experiencias que han vivido pueden asimilar con gran rapidez versiones erróneas del desastre. Tales versiones grupales pueden transformarse en la versión aceptada por un amplio segmento de la población en muy poco tiempo.” (Cissin & Clark, 1962, citado en Cohen, 2015)

No hay mejor mecanismo para consolidar la realidad creada por los medios, que evitar que las personas se comuniquen entre sí y, de este modo, permitir que la sociedad solo conozca la realidad a través de lo que la televisión, diarios, redes sociales, etc.; le muestra. Cuanto las personas mayor interacción tengan entre sí, mayores probabilidades existen de que se comuniquen, reflexionen y tomen consciencia de que la realidad mediática no es la verdadera.

De este modo confirmamos una vez más lo dicho precedentemente, los medios de comunicación son verdaderos intermediarios entre los receptores y el mundo circundante.

Zaffaroni (2011) sostiene que la criminología mediática no es un fenómeno aislado, sino que aumenta su espacio y estridencia ante el surgimiento de movimientos o partidos populistas, es decir, aquellos que postulan la ampliación de la ciudadanía mediante la incorporación de nuevas capas sociales, que no son más que lo que constituye un estado de bienestar. Con el fin de derrotar o derrocar a estos populismos, la criminología mediática recurre al pánico moral, no obstante, cuando surgen otros peligros susceptibles de ser adjudicados a los populismos y que también infunden temor en el pueblo, la criminología mediática se hace un lado y vemos el foco de los medios puestos en otras cuestiones.

En los Estados Unidos, la criminología mediática tiene como objetivo el desbaratamiento del estado de bienestar, propiciando la criminalización de negros y latinos, mientras que en Europa la expulsión de inmigrantes ajenos a la Comunidad Europea. En nuestro país originariamente fueron las dictaduras las que se encargaron de vapulear el estado de bienestar, y tras la vuelta a la democracia quien se ocupó de seguir con la tarea fue la criminología mediática.  No obstante, en nuestra región las circunstancias son distintas, los estereotipados son un grupo mucho más grande e incluso a veces mayoritario, en comparación con el norte, y del cual a su vez provienen todos los protagonistas de la violencia del poder punitivo, es decir, delincuentes, víctimas y policías:

“La criminalización, la victimización y la policización suelen recaer predominantemente sobre los sectores sociales más humildes, no siendo difícil incentivar el odio entre ellos mediante la creación de realidad mediática, para generar una violencia que impida todo diálogo, coalición y consiguiente protagonismo político coherente.” (Zaffaroni, 2019, p.132)

Lo cual también denota que de una forma u otra el poder punitivo siempre recae sobre las mismas personas, ya sea de una vereda o la opuesta.

Teniendo en cuenta la cantidad de personas que conforman el “ellos” en nuestra región, sumado a las cuestiones económicas, no podríamos encarcelar a todos, producto de dicha coyuntura es que la criminología mediática se traduzca entonces en una mayor violencia por parte del poder punitivo, peores leyes penales, mayor autonomía de la policía y la impotencia de los jueces.

Como vimos anteriormente, la criminología mediática también tiene una gran incidencia en la política. Los políticos no suelen conocer otra criminología más que la mediática y tampoco saben cómo salir ilesos de ella, y para no apartarse de la realidad conocida por la gente que no es otra que la que reproducen los medios, terminan cayendo en ella y acoplándose a sus exigencias, sancionando leyes inútiles, castigando a los magistrados, brindándole mayor autonomía a las agencias policiales. Situación que tiene como resultado que la criminología difundida por los medios masivos de comunicación termine condicionando también las decisiones políticas que luego vemos materializadas en leyes penales.

 

Conclusión

La criminología mediática juega un rol preponderante en la sociedad actual creando una realidad ficticia mediante la producción y manipulación de noticias, a través de la cual promueve deliberada y silenciosamente la segregación de la sociedad, excluyendo a los más vulnerables y cancelando a quienes se interponen en el camino del capitalismo financiero.

Es fundamental que la audiencia tome conciencia de la exageración y distorsión de la realidad que efectúan los medios y de la existencia de diferencias entre las opiniones del público y las de la prensa, para que la sociedad pueda abstraerse de la realidad ficticia que pretende venderle el capitalismos financiero a través de los medios masivos de comunicación y pueda percibir la realidad sin tantos intermediarios y reaccionar ante los verdaderos “demonios” que no son otras que las grandes corporaciones financieras que manejan los hilos del mundo globalizado.

 

Bibliografía

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Galvani, M., Mouzo, K., Ortiz Maldonado, N., Rangugni, V., Recepter, C., Rios, A. L., Rodríguez, G., Seghezzo, G. (2010). A la inseguridad la hacemos entre todos. Prácticas académicas, mediáticas y policiales. Hekht Libros. 

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Zaffaroni, E. R. & Ílison Dias, D. S. (2019). La nueva crítica criminológica. Criminología en tiempos de totalitarismo financiero. Editorial El Siglo.

Zaffaroni, E.R. (2011). La palabra de los muertos. Ediar.

[1] Abogada, egresada de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, especializada en Derecho Penal y docente de la asignatura «Elementos del Derecho Penal y Procesal Penal», Cátedra del Dr. Maximiliano A. Rusconi.

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